LA CONDICIÓN HUMANA (1959-1961) Masaki Kobayashi

Cae la nieve. Lo hace al comienzo de «No hay amor más grande», la primera película de la trilogía “La condición humana”. Símbolo de pureza, los copos se depositan de manera suave sobre Kaji y Michiko. Es de noche y ambos pasean por una calle solitaria. Japón ha entrado en la Segunda Guerra Mundial. Al igual que la nieve, un trágico destino parece precipitarse sobre el amor que la joven pareja trata de conservar entre sus dedos entrelazados.

Cae la nieve. Lo hace al final de «La plegaria del soldado», la última película de la trilogía. La guerra ha terminado y hemos acompañado a Kaji a lo largo de sus contradicciones, de su lucha por sobrevivir como militar, de la tenacidad con la que ha afrontado la dignidad de una existencia sin libertad. Ha sido un viaje en busca del hogar, o de eso que cada uno identifica como un hogar, representado para Kaji en el amor y los ideales que quedaron encerrados aquella noche, en aquel paseo nocturno junto a Michiko, bajo la nieve. Un viaje sin retorno, en realidad. Tal vez por eso el titulo de la segunda película sea “El camino a la eternidad”.

Desoladora reflexión sobre el imperialismo nipón, extenuante por momentos, pero siempre valiente, de manera especial al enfrentarse con los valores más grises que también envuelven lo épico y lo heroico.

Desde la introspección contenida pero enmarcando las imágenes en los acontecimientos históricos y naturales que golpean a los personajes, Kobayashi aborda hasta sus últimas consecuencias en esta monumental obra la condición que nos hace seres conscientes. Lo hace con una caligrafía fílmica precisa, que escarba en los rincones más oscuros para alumbrar la pureza nívea del alma humana.

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UN RETAZO DE AZUL (1965) Guy Green

Una visión amable, directa y reconfortante de, por un lado, la segregación racial en Estados Unidos y, por otro, el abandono social que sufrían muchas personas discapacitadas. Tal vez se perciba cierta falta de enfoque o, dicho de otro modo, es posible que la mirada sea más superficial que aguda en relación a la problemática planteada. Quizá por eso la franca historia de amor se vea compensada por unos personajes secundarios demasiado encorsetados en su roles dramáticos.

En todo caso, la película luce su mensaje de tolerancia con acierto y buenas intenciones. Y así, ese retazo al “azul” del título también valdría, de igual manera, como una abertura desde la cual atisbar la esperanza futura. No en balde, el único beso entre Sidney Poitier y Elizabeth Hartman fue, al parecer, eliminado de las proyecciones realizadas en las localidades más sureñas de EE.UU., algo que refleja la importancia de esta película a mediados de los años sesenta.

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EL DIVORCIO QUE VIENE (1980) Pedro Masó

Al calor de una de las “preocupaciones sociales” de la Transición —en este caso, la entonces incipiente y deseada ley del divorcio— Pedro Masó cocina de forma algo apresurada esta comedia ligera. Uno diría que, en este particular guiso, no faltan condimentos tan suculentos como el vodevil afrancesado, el sainete patrio o esa desmesura verbal y gestual más propia de las comedias de teléfono blanco italianas.

Yo diría que, visto así, el guiso roza en más de una ocasión el desaguisado. Pero la espontaneidad y los mordaces detalles de guion, a cargo de Rafael Azcona, van retratando con ironía parte de la sociedad media-alta de aquel inicio de la década de los ochenta en España. Impagable, por ejemplo, cierto debate televisivo que nos muestra, tanto dentro como fuera de plató, la cicatería con la que vivimos a veces los españoles las cuestiones clave de nuestra convivencia.

Mención a parte merece, claro, su reparto. En primera línea de combate encontramos a José Luis López Vázquez, Pepe Sacristán, Amparo Soler Leal y Mónica Randall; en los flancos, Amparo Baró, Agustín González y Florinda Chico; y por último, en la retaguardia y a modo de colaboración, Alberto Closas y Luis Escobar. ¡Cualquiera se divorcia de un reparto así!

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PIRATAS (1986) Roman Polanski

Algo más de media hora es el tiempo que logra mantenerse a flote esta bizarra nave. El tono es acertado, entre lo disparatado, lo aventurero, lo barroco y lo desenfadado. Ahí está Walter Matthau, que no es poco. Y ese intento por rendir homenaje al género que hizo que muchos, en nuestra infancia, nos diera por izar la bandera pirata y nos pusiéramos un improvisado parche en un ojo. Pero hay un momento en el cual esta historia va a la deriva. Sin capitán, sin timón, sin velamen. Polanski no hace otra cosa que desbarrar una y otra vez. Tal vez sea una de esas películas fallidas, en el mejor de los casos. ¿Y en el peor? Pues uno tiene que hacer verdaderos esfuerzos por no amotinarse y hundir hasta el fondo del mar de la vergüenza este costoso navío, considerado uno de los petardos más sonados de la década de los ochenta.

Nos haríamos un favor si no recuperáramos este pecio del oscuro lugar donde lleva tanto tiempo abatido. Si no fuera por Walter Matthau, claro.

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EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (1957) David Lean

David Lean construye con entereza y pulso firme esta aventura desde los cimientos de un sorprendente episodio ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una propuesta de elevadas proporciones fílmicas que acerca orillas tan alejadas en apariencia como la victoria y la derrota, el honor y la ignominia, la verdad y el engaño. Las secuencias parecen arrancadas del interior de las selvas del sudeste asiático donde fueron rodadas. Casi se percibe, en cada fotograma, una pátina de algo así como un sudor espeso o una riada de un limo fangoso o, incluso, ese rastro de savia esmeralda que deja en la piel el paso durante horas por lo más profundo de un salvaje bosque tropical. Y todo ello sin dejar de trasmitir también la elegancia inglesa de la que siempre hace gala al dirigir David Lean.

Épica cuando lo requiere la situación, bien medida en todo momento la dosis de suspense que tensa el ritmo de un largometraje tan largo como el ancho de su cinemascope, “El puente sobre el río Kwai” salva sus puntos débiles con acierto y nos golpea con un final amargo y, por qué no, antimilitarista.

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LA PRIMA ANGÉLICA (1973) Carlos Saura

La memoria como ariete para derribar los portones tras los cuales resiste ese ejercito de circunstancias que ha hecho de nosotros quienes somos. Así arremete Carlos Saura contra la infancia de Luis (un José Luis López que logra viajar en el tiempo tan solo con la mirada) hasta abrir de nuevo la herida de amor por su prima Angélica (Lina Canalejas). Se trata de un drama donde lo psicológico entra en el terreno del surrealismo sin perder pie en una realidad marcada por lo más rancio del providencialismo conservador y aquellos estertores del franquismo oficial de los años setenta. La trama funciona desde el conflicto interno de los personajes, que se desdoblan en un doppelgänger temporal fascinante.

El desencuentro de estos particulares dobles se cierne sobre el tramo final de la película. Así, en 1938, Luis todavía hallaba en su interior la fuerza necesaria para cambiar su destino. Sin embargo, entonces, Luis era tan solo un niño y fuerzas superiores impedían la consecución de sus planes. Resulta desconsolador la escena donde uno desea que esa bicicleta pueda llevar a Luis y Angélica en su huida de Segovia a Madrid pero, claro, todo es en balde. El sueño de un niño y de su primer amor. Por otro lado, más de treinta años después, en 1973, Luis ni siquiera puede llevar a cabo la materialización de sus sueños, porque ahora sí podría llevarse a Angélica consigo. Sin embargo, ahora ya, ni siquiera halla la fuerza necesaria. Es la negación de la felicidad o, quizá, la melancolía de una generación, la de la posguerra española, incapaz de encontrase consigo misma, perdida en una concupiscencia de sentimientos velados por la férrea educación de aquellos tiempos, de aquella dictadura nacional-católica. Al final, todo queda abierto al futuro, cuando la nueva generación, encarnada ya por la hija de Angélica, se niegue a hacer de su cabello suelto una recta y casta trenza, tal y como le ocurre a ella, a la madre, a la prima Angélica del título, en 1938, en el último plano de este film, potente y valeroso, escrito por el propio Carlos Saura con la inestimable ayuda de Rafael Azcona.

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CYRANO (2021) Joe Wright

Late en esta historia un sentimiento de amor platónico que te desarma. Tal vez no sea ésta una adaptación que trasmita toda la esencia galante y vigorosa de la obra teatral de finales del siglo XIX, pero hay una fuerza expresiva muy bien desarrollada gracias a un conjunto de canciones que suenan modernas y apasionadas. La atmósfera italiana le da colorido y vistosidad pero Wright no trabaja con igual esmero los resortes internos de los personajes, de manera especial los secundarios. Al menos Cyrano (un Peter Dinklage que acepta el reto y lo lleva con la ternura necesaria) y Roxanne (una Haley Bennett cómplice de su personaje) terminan por arrancarnos, una vez más, un pedazo de nuestro corazón. Tal vez sea ese el triunfo de estos fatídicos amantes, a los que siempre amaremos sin importarnos qué narices opinen los demás.

Título original: Cyrano. Año: 2021 Duración: 123 min. País: Reino Unido. Dirección: Joe Wright. Guion: Erica Schmidt. Música: Aaron Dessner & Bryce Dessner. Fotografía: Seamus McGarvey. Reparto: Peter Dinklage, Haley Bennett, Kelvin Harrison Jr., Ben Mendelsohn, Bashir Salahuddin. Productora: Working Title Films & Metro-Goldwyn-Mayer & Mestiere Cinema.

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ARIZONA BABY (1987) Joel Coen

El toque Coen, es decir, la frescura, la creatividad y ese sentido casi surrealista de un humor negro encarnado en personajes de una singularidad extrema, se asienta de manera muy clara ya en su segundo largometraje. Delirante por momentos, sobreactuada en otros, pero decididamente audaz e impulsiva, “Arizona Baby” se acerca a la dinámica y a la composición de planos de las viñetas de un cómic o, incluso, a los cortos de animación de Chuck Jones (imposible no recordar aquí su “correcaminos”).

En todo caso, la manera de perfilar, por parte de Joel y Ethan Coen, el patetismo de los seres humanos que deambulan como perdidos tornados por el desierto de Arizona es siempre cincelando la emoción de sus sentimientos más descarnados. Son personajes que llegan. Y lo hacen desde la carcajada hasta la lágrima. Y es que con H.I. (Nicolas Cage) y Edwina (Holly Hunter) a veces se llora de risa y otras, en cambio, se ríe por no llorar. Patético, sí. Y sin embargo, maravillosa y humanamente patético.

Título original: Raising Arizona. Año: 1987 Duración: 93 min. País: Estados Unidos. Dirección: Joel Coen Guion: Joel Coen & Ethan Coen. Música: Carter Burwell. Fotografía: Barry Sonnenfeld. Reparto: Nicolas Cage, Holly Hunter, Trey Wilson, John Goodman, William Forsythe. Productora: 20th Century Fox.

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LA PEOR PERSONA DEL MUNDO (2021) Joachim Trier

La clave de la partitura dramática dentro de la cual va a danzar la joven protagonista (Julie) nos es mostrada en los tres primeros minutos de película. El siglo XXI se ha instalado en nuestra manera de concebir la realidad como un sinfín de “interferencias digitales”. Es decir, nuestra existencia es única y finita “pero eran demasiadas interrupciones, actualizaciones, agregados, problemas globales irresolubles…”. Las palabras entrecomilladas pertenecen a la voz en off de Julie (una deslumbrante e inspiradora Renate Reinsve). Uno podría deducir que nuestro cerebro no es el mismo cerebro electrónico instalado bajo las carcasas de ordenadores y teléfonos móviles. Entonces, ¿cómo nos afectan todas esas “interferencias digitales”? Uno diría que descargando el maleware de la decepción en nuestra percepción de la realidad. Se trata del sentimiento residual de una búsqueda infructuosa en pos de una identidad plena —no desde un punto de vista personal sino desde una posición social hacia la que somos dirigidos de manera inmanente, sin nosotros saberlo—. Somos nuestras posibilidades, nos susurra la materialidad de lo que en los años ochenta Gibson ya aventuró como ciberespacio y que hoy en día es bendecido por las cinco grandes corporaciones (GAFAM) con la denominación de metaverso.

Joachim Trier plantea la clave y sobre ella suenan en armonía el resto de los 12 capítulos, más un prólogo y un epílogo. Una propuesta esforzada en su sencillez, delicada e íntima, para nada pudorosa. El film tiene momentos de acierto, pero es menos original de lo que aparenta. Sin duda, es fácil conectar con Julie. Muy fácil. Su decepción nos representa, perdidos como estamos —ella, todos— por hacer de nosotros la mejor persona del mundo.

Título original: Verdens verste menneskeaka. Año: 2021 Duración: 121 min. País: Noruega. Dirección: Joachim Trier. Guion: Joachim Trier & Eskil Vogt. Música: Ola Fløttum. Fotografía: Kasper Tuxen. Reparto: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum, Silje Storstein, Maria Grazia Di Meo, Hans Olav Brenner. Productora: Oslo Pictures & Snowglobe Films & arte France Cinéma.

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LUNA DE PAPEL (1973) Peter Bogdanovich

Deliciosa comedia que circula entre la ‘road movie’ y una particular dupla a modo de  ‘bubby movie’. Tampoco faltan ribetes de picaresca y alma de ‘feel good movie’. Y es que la historia tiene mucho gancho. Destila ingenio, en particular cuando la pequeña Addie Loggins arma sus planes para salir airosa de las situaciones más peliagudas. Incluso el telón de fondo de la Gran Depresión estadounidense lejos de cubrir la cinta con una amarga pátina nostálgica le proporciona hondura y humanidad a sus personajes. Simpática y tierna. Memorable.

Título original: Paper Moon. Año: 1973 Duración: 102 min. País: Estados Unidos. Dirección: Peter Bogdanovich. Guion: Alvin Sargent. Fotografía: László Kovács. Reparto: Ryan O’Neal, Tatum O’Neal, Madeline Kahn, John Hillerman, James N. Harrell, Lila Waters, P.J. Johnson, Randy Quaid. Productora: Paramount Pictures, Saticoy Productions.

Fotografías: https://www.imdb.com