

El panorama cinematográfico italiano se vio sacudido nada más comenzar la década de los sesenta con la llegada a la dirección de Pasolini. Su aportación al post-neorealismo (valga el ‘extraño’ juego de palabras) dotó a este movimiento de una cierta visceralidad malsana. Pasolini escoge personajes marginales, con los bolsillos siempre vacíos, al igual que el interior de sus estómagos, pero se aleja de presentarlos como víctimas. Son seres más en consonancia con el paisaje urbano que les rodea, los sucios y decrépitos barrios del extrarradio de unas ciudades en expansión. Roma, en el centro, o Milán, en el norte industrial, fagocitan la mano de obra barata llegada desde las zonas rurales del sur. Un éxodo necesario para alimentar las fábricas y la construcción, y donde muchos buscan labrarse un futuro diferente, alejado de la escasez y la rudeza del campo.
En este escenario social, Pasolini se aleja de la brillante intelectualidad de Visconti en “Rocco y sus hermanos” (1960) para presentar la vida en su lado más pasional e impulsivo. Así lo hizo en su ópera prima, la descarnada “Accattone” (1961), donde el actor Franco Citti interpretaba a un proxeneta dotado de un particular instinto inconsciente y animal, próximo a lo dionisiaco.
En una continuación natural de su primera película, Pasolini se vale en “Mamma Roma” de la rotunda presencia de Anna Magnani, en el rol de una madre que trata de dejar atrás su pasado como prostituta. De hecho, su chulo lo encarna el propio actor Franco Citti.
Pasolini se muestra más amable con el personaje de Anna Magnani, que pronto descubrirá, junto a su hijo de 16 años, toda la oscuridad que encierra la sórdida periferia romana. Dos largos planos secuencia nocturnos, con seguimiento en travelling, donde vemos al personaje hacer la calle, son de una elocuencia desoladora. Por otro lado, los periplos diurnos del hijo por los arrabales y descampados soleados, entre restos de antiguas casas abandonadas, contra un fondo de nuevos edificios de seis o siete plantas a medio construir, revelan el choque entre lo antiguo y lo nuevo, entre una Italia tosca y otra donde corre ya un desarrollismo desmesurado, centrado solo en el valor de lo económico. Sin subrayarlo de manera directa, es decir, sin hacer uso de la palabra, Pasolini afronta la lucha de clases y posiciona la cámara en el lado correcto de la historia (al igual que hiciera doce años antes Buñuel en los alejados suburbios de México D.F. (“Los olvidados”, 1950)).
No es el único contraste que encontramos a lo largo del metraje. Todo choca. Una sexualidad latente lo hace contra esa iconografía católica (impresionante recreación, al final de la película, del Stabat Mater dolorosa) tan del gusto del director, por no hablar de la banda sonora. Espacios donde la miseria se hace fuerte mientras suena de fondo la música galante de Vivaldi.
Pero así era Pasolini, un tipo lleno de contrastes. Tal vez por eso el L’Osservatore Romano, algo así como el boletín oficial del Vaticano, declaró hace unos años que una obra de Pasolini, “El evangelio según San Mateo” (1964), era la mejor película realizada sobre la vida de Jesucristo. Huelga decir que el director italiano era, en el mejor de los casos, un ferviente y confeso ateo, y en el peor…, pues tal vez un director de cine comprometido con los marginados y los desheredados de la tierra, un escritor armado con una Olivetti lettera 22, un ser que caminó por el lado más impulsivo y pasional de la vida, aquel que le condujo la noche del sábado dos de noviembre de 1975 hasta un descampado junto a una playa de Ostia, no lejos de la Ciudad de Dios, no lejos de Roma.

Título original: Mamma Roma. Año: 1962 Duración: 110 min. País: Italia. Dirección y guion: Pier Paolo Pasolini. Fotografía: Tonino Delli Colli. Reparto: Anna Magnani, Franco Citti, Ettore Garofolo, Silvana Corsini, Luisa Orioli, Paolo Volponi, Luciano Gonini, Vittorio La Paglia. Productora: Arco Film Roma.
Fotografías: https://www.imdb.com